Muerte de Talos - La Democratización de la Inteligencia Artificial? - Fernando Vega Riveros

La Democratización de la Inteligencia Artificial?

¿Existe la “democratización” de la IA?

Mucho se habla de la “democratización” de la inteligencia artificial (IA). Es un término grandilocuente, atractivo y, para muchos, esperanzador. Pero, ¿realmente estamos ante una democratización?

La respuesta corta es no. La respuesta larga es un poco más compleja y tiene que ver con cómo el concepto mismo de democracia ha sido vapuleado, reducido y apropiado como una herramienta retórica más. Porque, seamos honestos, lo que está ocurriendo con la IA no es democratización: es comercialización.

Nos han presentado a la IA no como un derecho, ni como un bien común, sino como un producto más en el mercado, disponible para quienes puedan pagar la suscripción mensual. Y si bien ahora cualquier persona puede utilizarla para escribir, diseñar o automatizar tareas, eso no significa que sea democrática. Significa que está empaquetada, vendida y distribuida como cualquier otra mercancía.

Entre Aristóteles y la zanahoria de la productividad

Para entender mejor este fenómeno, podemos acudir a Aristóteles y su célebre concepto de “potencia y acto”. Aristóteles describe la potencia como aquello que algo puede llegar a ser, su capacidad inherente de transformarse o realizarse plenamente. El acto, en cambio, es esa capacidad llevada a la realidad.

En términos de la IA, nos venden la idea de que es una herramienta “en potencia” capaz de revolucionarlo todo: el trabajo, la creatividad, la productividad. Nos dicen que tiene un “potencial ilimitado”, y eso es técnicamente cierto. Pero aquí viene la trampa: el acto, es decir, lo que hacemos realmente con la IA, no siempre responde a estas promesas sublimes.

Por ejemplo, te prometen que con la IA serás más productivo y creativo, que escribirás un libro en días o que resolverás problemas complejos con facilidad. Pero lo que realmente ocurre es esto: si antes tardabas una hora en hacer un informe, ahora tardas 30 minutos… y en lugar de disfrutar los 30 minutos restantes, terminas haciendo dos informes más.

El resultado no es una vida más plena, sino más tareas y menos tiempo. La IA no es una herramienta de liberación; es la zanahoria moderna que perseguimos en nuestra carrera hacia el agotamiento.

Aristóteles estaría horrorizado al ver cómo hemos transformado el acto (la realización de una promesa) en una ilusión perpetua. Y, sin embargo, seguimos corriendo detrás de esa zanahoria llamada productividad, creyendo ingenuamente que más rapidez equivale a más libertad, cuando en realidad solo nos empuja a autoexplotarnos.

El mito de Prometeo… pero al revés

Hablemos de mitología. Ya es común usar a Sísifo para ilustrar el absurdo del esfuerzo sin propósito, pero aquí voy a invocar a Prometeo, el titán que robó el fuego de los dioses para dárselo a la humanidad. Prometeo simboliza la rebelión, la innovación y la voluntad de empoderar a los mortales con herramientas que los liberen de su vulnerabilidad.

Pero lo que está ocurriendo con la IA no es una historia de Prometeo. Es más bien la inversión de ese mito: esta vez, no son los dioses quienes retienen el fuego (la tecnología), sino las corporaciones. El “fuego” de la IA no se entrega libremente al pueblo; se envasa, se comercializa, y se vende con una etiqueta de precio.

En lugar de empoderarnos, terminamos más dependientes, más atrapados en el sistema que controla no solo el acceso a la tecnología, sino también el propósito que le damos.

Un ejemplo cotidiano para entenderlo: imagina que Prometeo no te da el fuego directamente, sino que te lo presta, pero solo si pagas una suscripción mensual para encender la chimenea. Y no solo eso: cada vez que usas ese fuego, Prometeo registra cómo lo utilizas, vende esos datos a otros dioses y, de paso, te cobra una tarifa por almacenar el humo que produces. Bienvenido a la democratización de la IA.

¿Es democracia o hegemonía disfrazada?

Aquí entra otro concepto fundamental: el poder. La democracia, en su sentido ideal, implica que las decisiones sobre una tecnología (como la IA) sean tomadas colectivamente, con participación de las masas.

Pero lo que tenemos aquí no es democracia; es hegemonía. Las grandes corporaciones tecnológicas —Google, Microsoft, OpenAI— no nos consultaron si queríamos vivir en un mundo impulsado por la IA. Simplemente lo decidieron por nosotros y nos vendieron la idea como un progreso inevitable.

¿Quién decidió que para acceder a la IA debíamos pagar una suscripción mensual? ¿Quién determinó que la IA debía centralizarse en unos pocos oligopolios que controlan no solo el acceso, sino también los datos que generan? Nosotros, el pueblo, no lo decidimos. Nos lo impusieron, y lo aceptamos porque la narrativa de “revolución tecnológica” es lo suficientemente atractiva como para no cuestionarla.

Un mito menos conocido: Talos, el guardián mecánico

Si queremos un mito menos conocido para ilustrar la relación entre el pueblo, la tecnología y el poder, pensemos en Talos, el autómata gigante de bronce que protegía la isla de Creta. Talos fue una creación tecnológica adelantada a su tiempo, diseñado para servir a los intereses de quienes lo controlaban. Era poderoso, pero también absolutamente servil a su programación.

En el contexto actual, la IA es como Talos: una máquina poderosa, diseñada no para empoderar a la humanidad, sino para proteger los intereses de quienes la crearon. Nosotros no somos los creadores de Talos; somos los habitantes de la isla que tienen que adaptarse a su presencia, sin tener voz ni voto en cómo funciona o para qué se utiliza.

Reflexión final: cuidado con las palabras y las promesas

Decir que existe la democratización de la inteligencia artificial, en el mejor de los casos, un error conceptual, y en el peor, una manipulación deliberada. No estamos decidiendo colectivamente sobre la IA; estamos comprándola como un producto más.

Y mientras sigamos creyendo que acceso equivale a democracia, perpetuaremos un sistema donde el poder sigue concentrado en las mismas manos.

Así que aquí estamos, atrapados entre la potencia y el acto, entre la promesa de libertad y la realidad de más tareas, entre el fuego de Prometeo y el Talos que vigila nuestros pasos. La IA no es democracia; es consumo. Y hasta que no la entendamos como tal, seguiremos persiguiendo zanahorias, creyendo que corremos hacia la libertad, cuando en realidad solo estamos pagando por correr en círculos.

Comenta lo que piensas por favor. Estaré feliz de reflexionar contigo…

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